Hasta ahora el Perú, junto a Chile y Colombia, era uno de los pocos países de la región, merecedor del *“certificado de buena conducta”* por parte del establishment. Una *“buena conducta”* que tuvo que ver con diferenciarse de las políticas progresistas que otros países del continente adoptaron, para recuperar a sus pueblos del abandono y la marginación generados por el neoliberalismo. Una *“buena conducta”* que tuvo que ver con haber crecido con altas tasas, pero dando prioridad a las ganancias empresariales, postergando como siempre la redistribución del ingreso en beneficio de la población.
Ya en el 2005 Ollanta había ganado las elecciones en primera vuelta, pero los formadores de opinión se encargaron de desprestigiarlo por su cercanía con Chávez, y lograron atemorizar a muchos votantes que finalmente optaron por Alan García. Y ahora esos mismos formadores de opinión, mientras tratan de asimilar la derrota de Keiko, hacen escuchar sus amenazas acerca de una probable caída de la bolsa, y de las terribles consecuencias para la economía peruana, si el nuevo presidente no respeta las mismas reglas del juego que mantuvo Alan García.
Pero el pueblo peruano quiere cambios, y más allá de los tiempos en que se puedan ir implementando, la dirección ya está marcada por esta elección. Cambios que tendrán que ver con una mayor integración regional y un acercamiento al Mercosur. Cambios que tendrán que ver con programas sociales inclusivos, con incrementos salariales, y con la redistribución del ingreso. Y también será necesario revisar las condiciones en las que se realiza la explotación minera, tanto desde el punto de vista económico, como el laboral y el ambiental.
Porque si bien el Perú ha crecido, aún tiene al 35 % de su población en la pobreza, y de ellos el 15 % en la pobreza extrema; y esa nunca ha sido una preocupación de los mercados, como tampoco lo han sido la salud y la educación. El pueblo peruano, ya no se contenta con escuchar las maravillosas cifras macroeconómicas; el pueblo peruano quiere que el crecimiento sea proporcional al mejoramiento de su calidad de vida y no al enriquecimiento de unos pocos.
Sabemos que el camino no será fácil para Ollanta Humala, quien además de tener que defenderse de los ataques de los sectores de concentración económica, deberá trabajar con un Congreso fragmentado. Pero contará con el apoyo de un pueblo que acaba de votar por el cambio, y seguramente con el acompañamiento otros pueblos de Sudamérica, que desde hace tiempo también han comenzado a expresar en las urnas su voluntad de transformación.